Cuando te dejas llevar, puedes someter el mundo a tu voluntad. Puedes hacer que las cosas sucedan, tanto si deben suceder como si no. Tardé muchos años en darme cuenta de la diferencia.
En 2012, tras dejar OLX, me deshice de todas mis posesiones y me establecí como nómada. Mi sueño era crear un santuario fuera de la red, un lugar para que amigos, familiares, fundadores y buscadores se reunieran, imaginaran y vivieran de forma diferente.
Al principio, elegí Cabarete, en la República Dominicana. Sobre el papel, era perfecto. En realidad, el universo ya me susurraba lo contrario. La corrupción era implacable. Sobornos a cada paso. Los huéspedes sentían malestar bajo el encanto rústico. Las enfermedades se propagaron. Los robos nos sacudieron. Un guardia llegó a disparar a un huésped. Más tarde, unos pistoleros asaltaron mi jardín. Siete años seguí adelante, convencida de que podía superarlo todo. Siete años ignorando el susurro: Aquí no. Esto no.
En 2018, por fin me rendí. Y en Turcas y Caicos, todo empezó a fluir. A los amigos les encantó. Las conferencias florecieron. Volví a encontrar la alegría en el padel. Descubrí que «lo mejor» a menudo estrangula «lo bueno», y que lo que se puede vivir ahora a menudo vence al espejismo de la perfección.
Escuché la misma lección cuando intenté construir un gran videojuego, una fusión de Age of Empires, Rise of Nations y Kohan. Los costes se dispararon, los años se esfumaron. Al final lo entendí: el universo me decía: Sigue adelante.
Cuanto más escuchaba, más claras se hacían las señales.
Ahora, en Turcos, la corriente se tambalea. Un vecino construye ilegalmente, bloqueando mi vista. A algunos les molestan las luces de mi centro deportivo. Los ministros obstruyen los proyectos solares por intereses mezquinos. La energía se siente pesada, estancada.
Mientras tanto, Antigua llama. El propio Primer Ministro ofrece exenciones y permisos. La comunidad me abraza. El embajador me sobrevuela la isla en helicóptero, presentándome su belleza y sus gentes. El flujo es inconfundible.
Al mismo tiempo, Midas, una de mis empresas, se dispara cuanta más atención le presto. De nuevo, las señales se alinean.
Incluso mi hijo de tres años añadió su susurro. Un día me dijo que quería un hermanito. La mayoría se reiría de ello, pero yo le escuché. Hablamos de lo que significaba: los bebés tardan en crecer, en andar, en hablar. Asintió y siguió insistiendo. Y así, pusimos las cosas en marcha.
Susurros, no señales de neón
Esperamos truenos: la oferta de trabajo perfecta, la realización relámpago, la voz atronadora del destino. Pero la vida rara vez grita. Habla suavemente. Da codazos. Se repite hasta que por fin te das cuenta.
Los susurros que echamos de menos
- El presentimiento que dejas de lado.
- El obstáculo que siempre vuelve con un nuevo disfraz.
- La coincidencia que parece demasiado precisa para ignorarla.
No son accidentes. Son invitaciones.
Por qué los ignoramos
Nos aferramos al control. Queremos que la vida siga nuestro plan, no el suyo. Cuando no lo hace, descartamos las señales como ruido. Pero la vida es paciente. El susurro se convierte en un empujón. El codazo se convierte en empujón. Ignóralo el tiempo suficiente y el suelo desaparecerá bajo tus pies.
Alan Watts dijo una vez: el sufrimiento no proviene de las señales en sí, sino de nuestra resistencia a ellas. Escuchar significa cambiar, y el cambio se siente como la muerte para el ego.
¿Coincidencia o conexión?
Carl Jung lo llamaba sincronicidad. Watts lo veía como la vida recordándose a sí misma su propio patrón.
El amigo que llama en el momento en que piensas en él. El libro que llega precisamente cuando necesitas su mensaje. No son casualidades. Son hilos del mismo tapiz en el que ya estás tejida.
El universo no está fuera de ti, enviándote pistas desde lejos. Tú formas parte de él. La sincronicidad es la vida hablándose a sí misma a través de ti.
Cómo volver a oír
No necesitas magia. Necesitas presencia.
Quédate quieto. Observa lo que se repite. Observa la diferencia entre forzar y fluir. Libera la ilusión de control.
Los susurros no piden saltos de fe. Invitan a dar pequeños pasos, a experimentar suavemente y a conversar con retraso. Síguelos, y el camino se revelará piedra a piedra.
El punto
La vida siempre habla. No necesita gritar. Sus susurros son suficientes, si dejas de ahogarlos con ruido.
Así que, haz una pausa. Respira. Observa las pautas. Confía en el tirón que no te deja marchar.
Porque la verdad es que el universo te ha estado guiando todo el tiempo. La única pregunta es: ¿vas a escuchar por fin?